Por César Fernando Zapata
Aunque a muchos les parezca exagerado, el próximo proceso electoral de Estados Unidos se va a parecer mucho al circo electoral que dió funciones en México en el 2006.
¿Porqué? Porque su principal figura hasta ahora, Hillary Rodham Clinton, es la manzana de la discordia, que amenaza con causar peores encontronazos entre los electores americanos.
A su lado, la crisis política vivida en México el año pasado parecerá más un paseo en el parque.
La imagen de la Clinton es tan divisiva y controvertida como lo fue el Peje en México. Si no es que más.
E igual que el tabasqueño, la ex Primera Dama ya comienza la carrera presidencial desde una ventajosa posición que la hace sentirse "indestructible".
Todas las encuestas le dan el triunfo casi seguro. Como lo hicieron en su momento con el Sr. López.
Pero igual que López Obrador, Hillary Clinton tiene su lado "oscuro" que hace temer hasta a los que se consideran liberales.
Allegados a ella la acusan de ser extremista. De no ver medias tintas. De ver en los que no piensan como ella como 'equivocados".
Se siente guiada por un designio más alto, que la encamina a la verdad... porque ella está siempre en lo correcto.
Ese fundamentalismo es el que preocupa a muchos, incluso demócratas.
De hecho, dicen que en ese sentido, Hillary se parece muy poco a su esposo, Bill Clinton (quien era más pragmático que extremistas, y cuyos líos de faldas pudieran ser un lastre para su mujer).
Otra de las críticas que le hacen a la senadora Clinton es su propención a "cambiar de opinión según le convenga". ("Mentir", le llaman sus enemigos.)
Por ejemplo, ella fue una de las pocas senadoras demócratas que votó en favor de apoyar al presidente Bush en la invasión a Irak. Al principio lo reconocía ampliamente y hasta defendía la decisión. Pero conforme la cosa se fue poniendo fea, se distanció más de Bush Jr. y acabó ahora acusándolo de haberse ido a la guerra por capricho sin consultar a nadie (¿y entonces por qué votó ella?).
Tampoco es tan "liberal" ni "izquierdista" como se cree fuera de Estados Unidos.
Según el Almanaque de Política Americana del 2006 —citado en la página de internet wikipedia.com— Hillary fue calificada como apenas 68% liberal (siendo 100% el máximo).
Hillary es para muchos republicanos y demócratas la peor de las candidatas: Una moderada. No es lo suficientemente de derecha para atraer a los conservadores, ni lo suficientemente de izquierda como para agradar a los liberales.
Lo peor: Es tachada de socialista, por sus planes de imponer altos impuestos a corporaciones, y es la imagen que ella quiere dar. Claro, es muy cómodo navegar con la bandera de socialista, pero sin dejar la comodidad de su vida capitalista.
Aún así, lo peor que la daña es su fama de fundamentalista irracional.
De hecho Dick Morris, quien fuera asesor de los Clinton por muchos años desde que estaban en Arkansas, y quien los acompañó hasta la Casa Blanca, llegó a atreverse a decir que Hillary se parece mucho más a George W. Bush en sus actitudes extremistas, que a cualquier otro demócrata.
Morris no es monedita de oro, hay que aclarar. Ha tenido escándalos de faldas, que le han costado puntos ante la opinión pública.
Pero nadie cuestiona su cercanía y conocimiento de los Clinton, que le han llevado a escribir dos libros donde "derribaba" las "mentiras" que Bill e Hillary contaron en sus "autobiografías".
(Como cuando Hillary contaba que a ella le encantaba "sorprender" a Bill cocinándole "algún platillo especial cuando llegaba a casa". ¡¿?! )
Morris relató en una reciente entrevista por radio, que la senadora por Nueva York —a diferencia de su simpático y campechano esposo— tiene un temperamento explosivo, que acarrea antipatías al por mayor.
Peor aún, la Sra. Clinton tiene la costumbre de guardar rencores por mucho tiempo, y siempre espera de la oportunidad para "vengarse" de quienes considera sus "enemigos".
Los cuales, por cierto, son muchos según ella, dijo Morris. Y contando.
De hecho, Morris explicó que la Clinton tiene una "lista negra" de "enemigos", y de quienes se piensa "encargar" una vez que como presidenta tenga control sobre el FBI y el IRS. (De hecho ya hubo un antecedente en 1996, el caso llamado "Filegate", donde se involucró a Hillary de mandar extraer ilegalmente archivos del FBI sobre ex funcionarios republicanos, lo que ella negó. Al final el caso se desechó por inconclusivo).
Morris confirmó, no muy feliz, que en esa lista negra de enemigos que Hillary guarda "entre ellos estoy yo". Y comentó que un triunfo de Hillary sería el motivo que lo movería a mudarse a Canadá.
Lo devastador para él y otros críticos de Hillary Clinton, es que pese a sus ataques contra ella, reconocen que es la amplia favorita a ganar las elecciones, y por mucho.
De ser así, una presidenta Clinton sería el motivo de un cisma entre los norteamericanos, mucho peor que el generado por el triunfo discutible de George W. Bush en el 2000.
Por esto, no son pocos los políticos —incluso entre los propios demócratas— que piensan que sería más sano para el país que su partido postulara a una figura menos divisiva y extremista.
Y citan como posibles sustitutos al afroamericano Barack Obama o incluso al ex candidato a vicepresidente John Edwards, que ya han expresado su intención de postularse.
"Lo mejor que le podría pasar a Estados Unidos es que alguno de ellos ganara", comentó el ex asesor Morris. "Y lo peor, que ganara Hillary".
No pocos son los republicanos que gustosos votarían por Obama o Edwards, con tal de no ver a Hillary en la silla grande.
Una cosa es segura: Hillary ahora es "la indestructible". Y la que más millones ha juntado para su campaña en la historia del país.
Todas las encuestas la nombran como favorita.
(¿Suena familiar?)
Falta ver si logra mantener su indestructibilidad hasta el 2008.
Si no, no imaginamos cómo reaccionaría una Hillary Clinton en caso de perder la postulación, o las elecciones.
Quizá sería capaz de desconocer la elección tachándola de "espuria" y llegar a declararse "Prejidenta Lejítima".
En este caso, lo único que tememos son los montones de ultraliberales y socialistas de café que gustosos la seguirían en su obsesión por el poder, sin importarles si se llevan a medio país de corbata.
Y de paso al mundo.
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